Stanley Williams mostró una impresionante serenidad antes de morir; su corazón se paró 13 minutos después de la inyección letal.
La última ejecución de California muestra el auténtico rostro de la pena de muerte
‘Tookie’ Williams, hombre claramente rehabilitado desde la misma cárcel, ha sido víctima de un castigo irreversible, basado en la falsa idea de que hay personas irrecuperables.
Ignasi Miranda

        Muchos líderes y dirigentes de todo el mundo, entre ellos el difunto Papa Juan Pablo II, han recordado recientemente que no hay paz sin justicia, pero también que no hay justicia sin perdón. Una sociedad más pacífica se fundamenta, como principio básico, en la idea de que todas las personas, por mucho mal que hayan hecho, pueden ser recuperadas y reinsertadas en la comunidad humana. Esto es precisamente lo que había demostrado sobradamente Stanley ‘Tookie’ Williams, ejecutado en California el pasado martes, ya de madrugada, después de que el gobernador de este Estado norteamericano, Arnold Schwarzenegger, rechazase el indulto a pesar de las numerosas peticiones de clemencia recibidas. La noticia, que ha conmocionado a todas las organizaciones contrarias a la pena de muerte, demuestra que el verdadero problema de este castigo es su propia existencia. Ésta es, por encima de la actitud del gobernador y de la vía libre de las instancias judiciales, la principal causa de que ‘Tookie’ se haya convertido en el duodécimo reo ejecutado en California desde que se reinstauró la pena capital en Estados Unidos, en 1976.

        La pena capital es irreversible. No permite que el condenado se arrepienta, que supere el daño hecho y, en cualquier caso, que se reintegre en la sociedad. Pero además, el castigo impide la posterior aplicación de la justicia si esa persona es inocente, y es igualmente injusta aunque la imputación sea cierta. ‘Tookie’ Williams, de 51 años, llevaba desde 1981 en prisión, en el denominado ‘callejón de la muerte’. Su condena se dictó al ser declarado culpable por haber matado a tiros Albert Owens, empleado de un comercio de la ciudad de Whittier, y por haber asesinado posteriormente a un matrimonio y su hija en un motel de Los Angeles. Tanto el propio acusado como su defensa sostuvieron en todo momento que era inocente. En el juicio, sin embargo, varios testigos explicaron que Williams había reconocido las matanzas incluso durante el proceso. Una cinta con esta declaración fue utilizada por Schwarzenegger para negarle la última medida de gracia. En el penal de San Quintín, donde se produjo la ejecución, se concentraron centenares de ciudadanos, la mayoría para protestar contra la pena de muerte.

        El caso de ‘Tookie’ ha tenido un gran eco informativo en todo el mundo porque se trata de una persona que, después de haber fundado y dirigido bandas sanguinarias, se había comprometido en los últimos años con la no violencia. Incluso ha escrito libros, ha promovido el valor de la fraternidad y ha llegado a ser propuesto para el Premio Nobel de la Paz. Muchos observadores coinciden estos días a la hora de comentar que la negativa del gobernador californiano a la conmutación del castigo se produjo porque, al mantener su inocencia, Williams no había mostrado ningún arrepentimiento. Pero nadie duda de que, aunque se hubiese producido a última hora el reconocimiento de los hechos, Schwarzenegger no habría dado tampoco marcha atrás, ya se consideraría que los argumentos para la muerte del reo quedaban reforzados. Por tanto, los procesos judiciales, incluso con los mejores abogados, no paran totalmente las ejecuciones: El problema es, aunque parezca repetitivo, la existencia de la pena.

“Crimen del que nadie obtendrá beneficios”

        Entre las numerosas entidades agrupadas desde 2002 en la Coalición Mundial contra la Pena de Muerte, la Comunidad de San Egidio emitió el mismo 13 de diciembre un comunicado en el que califica la noticia de “vergüenza evitable” y “crimen del que nadie obtendrá beneficios”. En esta línea, la organización lamenta que la ejecución muestra “la estupidez y el horror de una justicia que, para salvar vidas humanas, suprime otras vidas humanas”. Tras recordar que ya son claramente mayoritarios los países que rechazan el castigo, denuncia que el gobernador de California ha perdido una oportunidad de “introducir una justicia sin muerte, sin venganza y siempre abierta a la rehabilitación”. Finalmente, el colectivo fundado por Andrea Riccardi reafirma su confianza en la moratoria como opción viable y previa a la supresión definitiva del castigo.

        La Comunidad de San Egidio y Amnistía Internacional lideraron, durante los años anteriores al 2000 -Jubileo para la Iglesia católica -, la puesta en marcha de la campaña Moratoria 2000, que de hecho continúa abierta. Durante aquellos años y hasta 2002, la iniciativa logró superar, concretamente a principios de abril de 2002, los 4 millones de firmas por un aplazamiento o detención de las ejecuciones dictadas. Es una voz por una cultura de paz que cada vez se hace más fuerte y que, además, ha dado ya frutos en forma de adhesión de países o regiones a la moratoria. Por ejemplo, y a pesar de las dificultades, la pena capital ya se ha abolido en países como Chile o Yugoslavia. En Estados Unidos, se ha registrado una disminución importante de las ejecuciones, mientras que desgraciadamente en China aumentan las aplicaciones de sentencias de muerte.

        Seguramente Estados Unidos es el nombre propio que más suena cuando se habla de pena de muerte, ya que muchos de sus estados, como ahora California, la aplican y la mantienen legalizada. Y decimos que suena más porque se trata de un país que se erige en el gran referente de la democracia y los derechos humanos. Evidentemente, sin embargo, en este punto falla, y mucho. Aun así, cada día son más los estados que se han acogido al aplazamiento de las ejecuciones. El primero fue el gobernador de Illinois, George Ryan, que es católico, ante la comprobación de que el castigo había sido aplicado injustamente en 20 casos como mínimo. Este castigo irreversible, en definitiva, se mueve ahora entre las decepciones y los signos de esperanza.