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Los efectos y su causa | ![]() | |
Casi parece necesario | Las palabras de Solzhenitsyn, que explican la progresiva decrepitud de Europa a lo largo del siglo XX, adquieren una significación aún más nítida y dolorosa en los albores del siglo XXI. Una civilización sólo es grande cuando la animan ideas trascendentes. La magnitud de los logros culturales alcanzados por un pueblo depende de la altura de sus aspiraciones espirituales. Basta contemplar el páramo espiritual de la Europa contemporánea, donde un día floreció la más elevada forma de civilización, para entender que su fin está próximo. No hará falta que ningún ejército islámico la invada y conquiste; bastarán unas cuantas bombitas, sabiamente dosificadas aquí y allá, para que Europa se entregue definitivamente a «ese arrebato de automutilación» al que se refería Solzhenitsyn. Europa capitulará porque ha renegado de Dios, porque cada vez un mayor número de europeos, desgajados del patrimonio que la historia les ha confiado, carecen de raíces espirituales. Este vacío interno se plasma en un desdén por la ética y la correspondiente obsesión por los privilegios y los intereses personales. Una sociedad cuyo único objetivo es su propia satisfacción acaba destruyéndose a sí misma. | |
Todo tiene su por qué | Existe un vínculo directo e indisoluble entre la fe y la voluntad de futuro. Sin fe no hay futuro. Habiendo renegado de Dios, Europa carece de recursos imaginativos y morales para mantener su civilización; carece, incluso, de razones convincentes para perdurar. La relativización del Derecho (convertido en mero instrumento legal para la satisfacción de caprichos, sin fundamentos inmanentes), la fascinación por el suicidio y la eutanasia, las cifras industriales de abortos, el estancamiento demográfico, etcétera, son fenómenos automutiladores que revelan una profunda crisis moral, una descomposición acelerada de los cimientos sobre los que durante siglos se ha sostenido nuestra civilización. El hombre europeo ha llegado al convencimiento de que, para ser moderno y libre, tiene que ser radicalmente secular. Esa convicción ha tenido consecuencias letales para la vida pública europea y para su cultura, convertida hoy en un aguachirle relativista. Los padres fundadores de la Unión Europea -Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Robert Schumann, Jean Monnet- eran todos hombres religiosos que concebían la integración europea como un proyecto de civilización cristiana. Hoy, ese soñado proyecto ha degenerado en una burocracia cristofóbica. Como decía el salmista, «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los constructores». Europa claudicará, salvo que salga de su eclipse mental y vuelva a reconocer a Dios. | |
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