FILOSOFÍA, ¿PARA QUÉ?
Miguel Ángel Irigaray Soto
periodista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

También otros han pensado bien

        Parece que ahora se quiere marginar la filosofía del plan de estudios escolar. Aparentemente, en una sociedad donde prima lo práctico, lo que produce resultados cuantificables de inmediato, esto de la filosofía y, por extensión, de las humanidades o las letras, es algo que no sirve absolutamente para nada. Pero creo que estamos ante un grave error, porque nos estamos perdiendo parte importante en la construcción de la persona. En este mundo donde sólo lo científico es sagrado, las humanidades y las letras están en crisis: pero, saber, por ejemplo, historia, nos sirve para entender muchas veces el presente o para comprobar que el hombre es ese animal que cae dos y cien veces en la misma piedra (¡cuántos errores del presente podrían evitarse si aprendiéramos de lo ocurrido ayer!); saber lengua es importante porque, incluso la mejor teoría científica o el acontecimiento más banal, necesitan ser bien expresados, o nadie nos entenderá. El lenguaje es vehículo de comunicación por el que se expresa la intimidad, el pensamiento... Hay que aprender a cuidarlo, hay que aprender a expresarse.

        Saber literatura o arte o música también resulta interesante, porque el hombre no es sólo alguien hecho para obtener resultados, sino preparado para el bien y la belleza: en ese sentido, conocer que existe tal o cual pieza artística, tal o cual autor destacado, puede aportarnos, siquiera potencialmente, un placer sublime, una ocasión para deleites profundos. Sabemos, además, por sentido común, que la persona no es sólo un ser (alguien con derechos, y por eso hablamos de derechos humanos), sino también un deber ser (alguien con deberes, pues vive con otros, a los que debe respetar. Como decíamos antes, está hecha para el bien): de ahí que, desde esa perspectiva, no resulte despreciable el contenido de valores que nos pueden aportar asignaturas como la ética o, incluso, la misma asignatura de religión, que nos habla de compromiso con el otro.

        Y la filosofía, que por definición, por etimología y por esencia, se describe a sí misma como amor a la sabiduría, tiene el objetivo fundamental de enseñarnos a pensar, a discurrir con la cabeza, a formar criterio, a tener espíritu crítico y, por lo tanto, a tener personalidad, a saber discutir con argumentos. Forma mucho a la persona. La filosofía es la disciplina que nos ayuda a buscar la verdad con el único concurso de la razón natural. Porque la mayoría de las grandes cuestiones (por no decir todas) que preocupan siempre a la humanidad han sido pensadas y abordadas ya por los filósofos: cada uno ha dado su respuesta, ha sido rebatido, matizado, defendido o ampliado por otro, y conocer todo esto nos ayuda enormemente a amueblar nuestra propia cabeza, a formar nuestras propias ideas y actitudes con lo mejor de los argumentos de unos y de otros. Prácticamente todas las ideas de uno y otro signo que encontramos hoy en la calle, más escépticas, optimistas, etc., han sido dichas y discutidas también años atrás (o siglos atrás) por los filósofos, de modo que conocerlas todas nos aporta una poderosa arma para la dialéctica, esto es, para saber discutir con precisión e, incluso, para superarlas con nuestro propio pensamiento. De manera que si usted desea ser un buen retórico o un buen dialéctico, a lo mejor tiene que empezar por ser un poco filósofo, por conocer bien la filosofía.

Sin saber qué la echamos en falta

        Saber de filosofía, además, puede ayudar también a tener una peculiar "filosofía" (o sabiduría) de la vida, porque nos ha cautivado el modo de enfocarla que tenía con su pensamiento de fondo tal o cual autor. "Se toma las cosas con filosofía", solemos decir, pero es que resulta verdadero que la filosofía aporta un anclaje ideológico serio que nos puede dar resortes fuertes para vivir. La filosofía nos da sabiduría y, por ello, puede aportar calma. No digamos nada para el que es creyente cristiano, pues la filosofía es como las cuatro patas en las que se apoya la mesa de la teología: proporciona un soporte racional serio para la fe, aunque ésta no pueda circunscribirse del todo a la razón, ya que va más allá. Si fe y razón se complementan, filosofía y teología también.

        Se echa en falta hoy en día personas con personalidad, con criterio propio, con espíritu crítico, que no se dejen influir fácilmente por las opiniones del ambiente, por la moda o los lobbys del momento, que no sean veletas. Nos faltan personas admirables, no maleables, que actúen por convicciones serias, profundas, y no por el viento que sopla en cada instante. A esto ayuda la filosofía. Nos hacen falta, en suma, filósofos, sabios y poetas que nos lideren en la búsqueda de la verdad, del bien, de la belleza, conceptos que parecen estar en crisis dentro de nuestro mundo. De hecho, alguien ha comentado que nunca como hoy se percibe la conciencia del fin de una época, pues nadie cree en nada, no hay cosas fijas, todo vale y da igual, todo es relativo, hay un profundo escepticismo con una cierta tristeza de fondo que hace que los tiempos actuales sean débiles y vulnerables. Hemos pasado, dicen, de la llamada modernidad (con su optimismo basado en la fe ciega en el progreso de la ciencia, la nueva religión del momento) a la llamada post-modernidad, que tiene un enorme pesimismo de fondo, porque se piensa que no hay verdades absolutas: ni siquiera la ciencia ha colmado todas las expectativas que muchos habían puesto en ella, pues bien saben los científicos que cada respuesta conlleva otras preguntas que hay que resolver, por lo que la ciencia no puede agotar toda la verdad. Por eso, necesitamos volver de nuevo a las raíces, a la verdadera filosofía, a la verdadera sabiduría, que nos aporte resortes realistas, serios, fuertes, fundados en la persona; que forje nuestro criterio, nuestros valores, nuestra personalidad e, incluso, diría, nuestro optimismo. Por lo tanto, ¿filosofía para qué? Filosofía para ser persona, filosofía para vivir. No la dejemos de lado.