C. Carrà, ''Cavallo e cavaliere o il cavaliere rosso'', 1913
Deseos irreversibles
Placer y muerte, lo primario: a eso hemos vuelto.
Ángel López-Sidro López
Dos ídolos que renacen

        El actual reinado de las culturas del placer y de la muerte nos convierte en adoradores de antiguas deidades, atosigados por eros y tanathos, vigilados de cerca por un olimpo de diosecillos caprichosos que juguetean con nuestras vidas, despojadas de auténtica libertad. No es algo nuevo y nos regresa a tiempos oscuros en que los instintos primarios y las certezas más elementales constituían toda la realidad. Y no se trata de un mero reconocimiento, sino de auténtica pleitesía. Construimos templos a los nuevos dioses, que nos revelan –por falsos profetas mediáticos– modos de acrecentar su soberanía.

        Todo lo anterior no es un chiste. La muerte se propaga, y no sólo en un olvidado sur de lejanos remordimientos, sino en nuestras ciudades opulentas, a través del más aberrante de los crímenes, el aborto. Decenas de miles, sólo en España, cada año. Y cada vez preocupa a menos gente. Los ministros del culto a la muerte son hábiles administrando narcóticos para olvidar el dolor, para diluir el vacío, para ahogar las voces de los que no nacieron. Casi nadie se entera, y ojos que no ven ...

        El mejor narcótico lo proporciona el otro ídolo, el placer, y en su cúspide el orgasmo. Sexo para todos, a discreción, seamos genitales con patas y gocémoslo. Es la lección que nos inoculan cada día, cada minuto, resulta difícil no creérselo.

Lo uno para lo otro

        Y al fondo, Dios, el que dijo que la verdad nos haría libres, contempla el espectáculo. Le han quitado las palabras de la boca y en plena locura delirante alguien las retuerce: «¡La libertad os hará verdaderos!». Que es como decir que la verdad no existe, que cada decisión –y todas son posibles, toleradas– conduce a... ya no importa, total, cuando se llegue será demasiado tarde para rectificar.

        De eso también se aseguran: no hay vuelta atrás. Al que sufre, al que se duele de una enfermedad, si encima la padece en soledad, se le susurra al oído: «Eutanasia», y se le pone una película muy bien hecha. Quizá sólo fue un momento de debilidad, tal vez las ganas de vivir volaron por un minuto, como el pájaro al que angustia la sed del nido y busca refresco. Pero es suficiente para el que está al quite: «Has de morir, déjanos en paz, necesitamos más espacio. Para nuestro placer».

Soluciones para todos

        A la embarazada, pobre adolescente, que creyó lo de que bastaba con pasarlo bien: «Aborta. No traigas uno más que el mundo no da para el disfrute de tantos. ¿Amor? ¿No has tenido ya suficiente? Claro que el amor era eso, ¿esperas que dure más que una noche?». El sentimiento era el cebo. Sin libertad para la entrega sólo queda el anzuelo desnudo penetrando la carne.

        Al casado, deslumbrado, quién lo iba decir después de diez años, por esa compañera tan llamativa. «Deja a la otra, no tiene más que darte, ¿o vas a resignarte a ser infeliz? Así también la harías desgraciada a ella. Haz caso de tu corazón». No importa que no fuese el corazón el órgano afectado, o que éste se rompa después, satisfecha la necesidad venérea, u otros corazones más pequeños, a los que nadie pregunta. Hay que coger las oportunidades al vuelo, sin dudar.

El incuestionable deseo

        El politeísmo trae otros dioses que no se ven al principio, escondidos tras los dos más llamativos. Desesperación es uno que vive agazapado en las sombras, con una corte de diablos: drogas, alcohol, violencia. Vive de los despojos que le arrojan los otros, y le tienen bien alimentado, cada vez más. Pero permanece oculto, si lo viesen junto a los primeros muchos podrían retraerse, incluso comenzar a cuestionarse cosas.

        «¡Vivir es gozar!», proclaman, mucho más atractivo que lo de vivir es amar, porque eso cuesta. «¡Pero aquí también tenemos amor!», edulcorado –es más sano, no engorda– sin perdón, ni respeto, ni sacrificio, ni lealtad, ni paciencia... «¡Guiaos por vuestros deseos! ¡Basta con uno sólo dejad que os arrastre! Nosotros nos encargaremos de que no haya modo de arrepentirse...».