Martín Fierro, gaucho matrero

Ignacio Arellano. Catedrático de Literatura. Universidad de Navarra
12 de octubre de 2002. Diario de Navarra

Bueno y rebelde por necesidad

«Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que al hombre que lo desvela
una pena estrordinaria
como el ave solitaria
con el cantar se consuela...».

        ¿Cuál es la pena extraordinaria que desvela al gaucho Martín Fierro, cuya vida y aventuras cuenta José Hernández en el poema nacional de los argentinos? ¿Es Fierro, el proscrito, un héroe o un delincuente, un bárbaro o un hombre que sufre la injusticia y contra ella se levanta con digna rebeldía? Martín Fierro tiene los defectos de la vida salvaje, irreflexiva, sometida al mito de la hombría, que es también su virtud mayor. Racista, anárquico, reacio a las normas, indisciplinado... pero valiente, sincero, hombre leal y derecho, es un producto de la pampa inmensa, emanación de la naturaleza en la que se mueve. El gaucho Martín Fierro es víctima de mil y una injusticias que lo lanzan a la vida del rebelde, cuyos riesgos y penas sufre con estoicismo mientras tenga su caballo, su guitarra y su afilado facón.

Víctima de la desdicha

        Perseguido por una autoridad corrompida y empujado por los malos tratos, pelea y mata por necesidad, no por gusto. Podía haber vivido feliz en la quieta vida del campo, en sus faenas ganaderas, sus cantos y su familia, que evoca con nostalgia:

«Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
Era una delicia ver
cómo pasaba sus días».

        Pero la vida de Fierro se quiebra un día con la arbitrariedad de las catástrofes: lo reclutan para guardar la frontera con los indios, y a su regreso todo está perdido:

«Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer:
me echaron a la frontera,
¡y qué iba a hallar al volver:
tan solo hallé la tapera!».

Su injusta desgracia llega al máximo

        Fierro lamenta el bien perdido, su rancho en ruinas, los hijos dispersos y la mujer acogida con otro hombre para eludir la pobreza y el desamparo:

«Si no le quedó ni un cobre,
sino de hijos un enjambre,
¿qué más iba a hacer la pobre
para no morirse de hambre?
Tal vez no la vuelva a ver
prenda de mi corazón.
Dios te dé su proteción
ya que no me la dio a mí.
Y a mis hijos dende aquí
les echo la bendición».

        Todos los males han nacido de su estancia en la frontera, criticada duramente como cúmulo de abusos y brutalidades, siempre con el temor de los indios que devastan las llanuras, y en la mayor miseria por la corrupción de los jefes:

«Del sueldo nada les cuento
porque andaba disparando.
Nosotros de cuando en cuando
soliamos ladrar de pobres.
Nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando
y andábamos de mugrientos
que el mirarnos daba horror.
En mi perra vida he visto
una miseria mayor».

Fierro encuentra un amigo

        Desertor al fin, solitario y sin rumbo, a Fierro solo le queda su canto, su caballo y su libertad. Vaga con la tristeza de los recuerdos por la pampa sin límites. En un baile provoca una pelea con un negro y lo mata; en otra ocasión, desafiado por un gaucho presuntuoso, lo desventra («lo dejé mostrando el sebo / con el revés del facón»)... la vida consiste en estas fatalidades, argumenta Fierro, estoico:

«pero ansí pasa en el mundo;
es ansí la triste vida;
pa todos está escondida
la güena o la mala suerte».

        Un día que medita en su soledad contemplando las estrellas, lo sobresalta el grito del pájaro chajá que anuncia un peligro. La policía lo ha cercado en un pajonal y Fierro se dispone a vender cara su vida, peleando como fiera acosada. Cruz, un policía de la partida, responde a la llamada del coraje y lo defiende poniéndose a su lado («Cruz no consiente / que se cometa el delito / de matar así un valiente»). Martín Fierro no está ya solo. En su peregrinación cuenta con la compañía de Cruz, que soporta con paciencia una historia de desdichas semejante: «Amigazo, pa sufrir / han nacido los varones». Hechos para sufrir, los dos gauchos amigos roban una tropa de caballos y se van a la frontera del desierto, a vivir con los indios salvajes:

«Y siguiendo el fiel del rumbo
se entraron en el desierto...
Y cuando habían pasao
una madrugada clara
le dijo Cruz que mirara
las últimas poblaciones,
a Fierro dos lagrimones
le rodaron por la cara».

Orgullo de su tierra

        Fierro nos cuenta su vida y sus emociones en versos de aire popular, al estilo de los juglares o payadores de la pampa, llenos de las imágenes y horizontes del campo, de los animales, las plantas y las estrellas. Martín Fierro es el gran poema de la vida libre del gaucho condenado a desaparecer con las alambradas y los ferrocarriles:

«Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo»

        Canta así Fierro, el matrero... Si para el gran escritor e intelectual Sarmiento la figura del gaucho representaba la barbarie, para José Hernández es una figura llena de la fascinación y la melancolía de los tiempos que no volverán... Hace mucho que no surcan las llanuras a lomos de su caballo, ni cantan con su vihuela en estancias y pulperías. Pero Martín Fierro resiste en los versos de Hernández, con su valentía incólume, entonando orgulloso su canción desafiante:

«mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
yo también quiero cantar.
Yo soy toro en mi rodeo
y toraso en rodeo ajeno,
siempre me tuve por güeno,
y si me quieren probar
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos».

        ¿Se anima algún paisano a contrapuntear?