Así nacieron algunas calumnias contra los judíos
Massimo Introvigne, fundador y director del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones, revela en su último libro el origen de una de las calumnias más burdas e insidiosas de la historia contra los judíos: la acusación que les atribuye homicidios rituales de cristianos para utilizar su sangre con fines rituales.
Introvigne, director de la «Enciclopedia de las religiones en Italia» (Elledici 2001) afronta el argumento en «Católicos, antisemitismo y sangre - El mito del homicidio ritual» («Cattolici, antisemitismo e sangue. Il mito dell'omicidio rituale», Ediciones Sugarco), recién publicado en su país, Italia.
En el apéndice se publica por primera vez en italiano un documento escrito en 1759 por el cardenal Lorenzo Manganelli, futuro Papa Clemente XIV, sobre estas acusaciones que en algunos ambientes todavía siguen vivas.
TURÍN, martes, 8 marzo 2005 (ZENIT.org)
 

¿Qué es el homicidio ritual de niños cristianos?

        Es una acusación ciertamente falsa contra los judíos, acusados de usar con fines rituales o mágicos sangre de niños no judíos –aunque a decir verdad no sólo de niños– cristianos o musulmanes. La versión más corriente, pero menos antigua, es que los judíos habrían mezclado sangre de niños no judíos a los ácimos de Pascua. Pero hay otras. En las fuentes medievales y las de Europa oriental, las fábulas afirman que la herida de la circuncisión no cicatriza si no se lava con sangre cristiana. O que los judíos, en una versión curiosa de la leyenda del judío errante, estén condenados, tras la matanza de Jesucristo, a sufrir perpetuamente de hemorroides, de las que sólo les curan pociones a base de sangre de cristianos.

        La misma leyenda, en otra variante, afirma que, los judíos, incluso los hombres no sólo las mujeres, tienen, tras la muerte de Jesús, la menstruación, hasta que no beban la sangre de una víctima cristiana. Y, según otra invención, la sangre cristiana podría liberar a los judíos del especial olor que, aunque se disfracen, permite que los no judíos les identifiquen.

        Estas acusaciones son ciertamente falsas, por dos razones. La primera se refiere a la sangre, en general, y la segunda, a la sangre cristiana. El tabú contra el consumo de sangre es uno de los más fuertes y típicos de la religión judía, tanto en la Torá como en el Talmud.

        La segunda razón por la que la acusación de la sangre es inverosímil es que presupone que los judíos creen en la capacidad de redención de la sangre de Jesucristo. Sustancialmente todos los autores que mantienen la acusación de la sangre afirman que los judíos usaban la sangre de víctimas cristianas inocentes (niños a menudo, aunque no sólo) por el lazo que, a través del bautismo, esta sangre adquiere con la sangre de Cristo.

        A través del uso sacrílego, que los judíos hacen de la sangre cristiana, argumenta esta literatura, piensan, o se imaginan, que participan mágicamente en los beneficios de la redención que les serían negados, en cambio, por la obstinación en no convertirse al cristianismo.

        Si esto fuera cierto, para realizar estas prácticas, los judíos deberían creer en la eficacia de la sangre de Cristo y del bautismo cristiano y, al mismo tiempo, no creer en ella porque no sólo no se convierten sino que matan a cristianos «in odium fidei», por odio a la fe. La contradicción es evidente. Estamos frente a un mito incluido en el folklore, debidamente catalogado como tal en el elenco utilizado por folkloristas de todo el mundo, originariamente compilado por Stith Thompson (1885-1976), con el número V361: «Niño cristiano asesinado para proporcionar sangre en un rito judío».

¿De dónde viene al acusación de la sangre, según la cual los judíos necesitaban sangre cristiana para sus rituales?

        Curiosamente, es posible que venga de acusaciones inventadas por la propaganda pagana contra los primeros cristianos, distorsionando el significado de «comer la carne» y «beber la sangre» (de Jesucristo) en la Eucaristía, y haciendo sospechosos a los cristianos de sacrificar niños para beber su sangre. De aquí, la acusación pasa a los judíos, y la encontramos difundida en la Edad Media, primero en Inglaterra, luego en la zona geográfica de lengua alemana y, por último, a partir del siglo XVIII, sobre todo en Europa central y del Este. En el siglo XX, tras algunos últimos casos en Rusia, e incluso entre emigrados de Europa del Este a Estados Unidos, sobrevive sólo en el mundo islámico, donde todavía hoy se usa como argumento de propaganda del fundamentalismo islámico contra los judíos e Israel.

¿Qué representa el documento de 1759 del Santo Oficio a este respecto?

        Contrariamente a lo que se cree, la Iglesia católica no sólo no está en el origen de la «acusación de la sangre», sino que, por el contrario, el magisterio pontificio intervino a tiempo para invitar al pueblo cristiano y a las autoridades civiles a no creer en estas leyendas.

        Menos de veinte años después de la primera acusación seria de uso de la sangre, en Inglaterra, en 1247, el papa Inocencio IV interviene, con una primera bula de condena, a la que siguen otras, y prohíbe que se acuse a los judíos «de usar sangre humana en sus ritos».

        Un magisterio coherente y constante tiene continuidad con Gregorio X, Martín V, Nicolás V y Pablo III, del siglo XIII al siglo XVI. Si no hay pronunciamientos del magisterio pontificio del siglo XVI, es porque no se dan casos de acusación de la sangre en Europa Occidental.

        La epidemia se reanuda en Polonia: y la Iglesia reacciona pidiendo al obispo franciscano Lorenzo Ganganelli, que será luego cardenal y Papa Clemente XIV, que preparara una opinión documentada, aprobada por el Santo Oficio en la víspera de Navidad de 1759 (un mes más o menos después de que Ganganelli recibiera la púrpura cardenalicia). Es el estudio más detallado que se ha publicado hasta ahora en Alemania, Francia e Inglaterra pero nunca en Italia, de la cuestión. Emerge una de las más articuladas denuncias contra la fabulación del homicidio ritual en la historia del magisterio católico, y no sólo en este.

        Es verdad que la Iglesia autorizó, con la concesión de una misa y oficio propios, el culto de niños, presuntos mártires de homicidios rituales judíos, como Simón y Simonino de Trento. Sin embargo, como precisa un lúcido decreto del 4 de mayo de 1965, de la Sagrada Congregación de Ritos, con el que veta todo acto de culto a este «beato Simón» de Trento, tal reconocimiento del culto no está en oposición con la línea constante del magisterio, que niega la realidad del homicidio ritual.

        En cuanto a la concesión de la misa y oficios, la Congregación comenta que antes «el instituto de la beatificación no existía. Existía sólo la canonización y, en algunos casos, en espera de la misma, sin prejuzgarla, se solía conceder, a una iglesia o a un territorio restringido, la misa o el oficio. Si se hubiera querido proceder luego a la canonización, era siempre necesario un examen a fondo de la vida y virtudes, o del martirio. Al pequeño Simon se le concedió sólo la misa y el oficio: la Sagrada Congregación de los Ritos nunca se pronunció sobre su presunto martirio». Este decreto servirá de base y modelo para la supresión gradual de todos los cultos a presuntas víctimas de homicidio ritual por el que habían sido concedidos misa y oficio, en un periodo que va del siglo XVI al XIX.