Golpe de la ciencia al materialismo
Eran hombres, inteligentes, pero su cráneo sólo tenía 380 centímetros cúbicos. La evolución y la ciencia no son tan unidireccionales como el materialismo
Daniel Arasa
No es todo tan claro

        El reciente descubrimiento del hombre de Flores, en Indonesia, pone patas arriba la Paleontología. Pero va mucho más allá, porque no abre sólo un debate científico de más o menos importancia que interese exclusivamente a profesionales y expertos, sino que representa un golpe a toda la teoría de la evolución y, sobre todo, echa por tierra el argumento materialista de que el animal precedente del hombre devino “ser humano” como simple consecuencia del crecimiento del volumen del cerebro impulsado por una ciega evolución.

        La teoría evolutiva partía del planteamiento de que el hombre siempre iba a mejor: desde un simio a un ser cada vez más inteligente, más alto, más fuerte. Tal teoría había sido asumida prácticamente como un axioma por gran parte de la comunidad científica, por el mundo entero. Todo ello está ahora en cuestión.

Moderno entre los antiguos

        El descubrimiento del homo florianensis, que fue seguramente una variedad del homo erectus, fue publicado recientemente en la revista Nature. El hallazgo, considerado el de más importancia en el campo de la Paleontología en muchas décadas, ha sido el resultado de los trabajos de los profesores australianos Peter Brown y Mike Marwood, de la Universidad de Nueva Inglaterra en Armidale (Australia) y Bert Roberts, de la Universidad de Wollongong. El homo florianensis sólo medía un metro de altura y tenía 380 centímetros cúbicos de capacidad craneal, la más pequeña de cuantas se han hallado ahora en la especie humana, aunque el tamaño es como el del chimpancé. Vivía en la isla de Flores hace sólo 18.000 años, lo que indica que pudo coexistir con el hombre moderno.

        Este hallazgo da a entender que la diversidad humana pudo ser mayor de la que hasta ahora se había creído y es probable que en los próximos años el debate sobre el asunto sea abundante. Quizás se descubra que algunos hombres que vivieron aislados, como los esta isla de Flores, tendieron al enanismo. Pero de momento deja ya en paños menores a algunos investigadores de Atapuerca y otros yacimientos, defensores a ultranza de la teoría de la evolución y de que se llega al nivel de inteligencia que reconoce la condición humana en función del volumen del cerebro. Algunos científicos ya se lo están echando en cara y afirman que el volumen craneal no se relaciona con la inteligencia. De hecho, personas con cerebro más pequeño pueden ser más inteligentes que otros que lo tienen de más dimensión porque tienen mayor complejidad cerebral.

Ir demasiado lejos y errar

        El error de muchos científicos, en este caso sobre la evolución, no es que lleguen a unas conclusiones determinadas como resultado de sus investigaciones y que formulen unas teorías. Mientras limiten éstas al ámbito puramente científico, biológico, paleontológico, son razonables, aunque sometidas al contraste de otras investigaciones. Yerran cuando pretenden convertirlas en la explicación del universo, del origen de la vida, de la esencia del ser humano. Esto va más allá de unas consideraciones o experiencias científicas.

        Desde las religiones se expresa el principio de que el mundo fue creado por Dios. Las explicaciones fueron diversas aunque siempre sencillas, sin pretensiones científicas, adaptadas a la mentalidad de los receptores de la época. En la Biblia que siguen cristianos y judíos sólo se dejan “intocables” dos cosas: que Dios creó al mundo y que en el caso del hombre hay una intervención especial de Dios.

        Durante años, científicos y teólogos cristianos han tratado de explicar la compatibilidad de la teoría evolutiva con aquellos principios. No hay contradicción en que el “barro de la tierra” que explica la Biblia para crear el hombre pueda ser en realidad un simio que fue evolucionando. Pero sí en que para pasar del animal al hombre hay un salto que va más allá del simple crecimiento del volumen cerebral. Por una vía nada teológica, el homo floresiensis parece dar argumentos en este sentido.