Mar adentro: arte magistral para una
ideología desoladora

La historia de Ramón Sanpedro, el tetrapléjico que dedicó su vida a pedir que le mataran, está contada con destreza, pero carece de un contrapeso que represente a los millones de atribulados que apuestan por la vida.

Eva Latonda,
www.forumlibertas.com

Vida digna y muerte digna

        Ramón lleva casi treinta años tumbado en una cama. Un accidente en su juventud le tiene inmovilizado de barbilla para abajo. Aunque puede moverse en silla de ruedas, se niega tozudamente a utilizarla. No quiere salir de su cuarto. Es su particular rebelión a la difícil situación en la que vive. Con los años, esa rebelión interna ha ido creciendo hasta convertirse en pura obsesión por morir. En dicha obsesión involucra a todo el que se le acerca, como por ejemplo, Rosa; ella es una de tantas personas que quiere hacerle ver, que a pesar de todo, merece la pena vivir.

        Sin embargo, poco a poco, algunos van uniéndose a su causa: la misma Rosa, Gené, miembro de una asociación pro-eutanasia, Marc, y sobre todo, Julia, una mujer con una extraña enfermedad degenerativa, que la dejará postrada y con la cabeza perdida en el transcurso de unos pocos años. Julia es abogado, y peleará por Ramón en los tribunales hasta que su enfermedad se lo impida… Todos ellos tienen algo por lo que luchar: “A una vida indigna, una muerte digna”.

Sólo figura la opinión del director

        La dureza de la situación de Ramón es incuestionable, y completamente humana esa rebeldía, ese no saber –ni poder– aceptar que nunca más volverá a valerse por sí mismo. Ante una enfermedad degenerativa, una tetraplejia o una fase terminal, el hombre se pone cara a cara con las cuestiones fundamentales: el sentido de la vida y de la muerte, la existencia de Dios, el más allá… Lo natural en el hombre es buscar una esperanza que le de la fortaleza necesaria. Unos encuentran esta esperanza en su familia, otros en la ciencia, otros en Dios… El caso de Sampedro es una paradoja, pues encontró el sentido de vivir en la lucha por su muerte.

        Y así lo presenta Amenábar, este es el camino que toma a la hora de enfrentarse al complicado debate de la eutanasia. Lo malo es que en Mar adentro no hay debate, sólo exposición ideológica. Amenábar dedica más de dos conmovedoras horas al relato del drama humano de Sampedro. Dos horas que dan para conocerle, comprenderle y hasta encariñarse con el personaje y su terrible circunstancia.

        Pero para reflejar la problemática en toda su dimensión, y para ser honesto con el resto de personas que sufren dolores parecidos a los del protagonista, y los miles de espectadores que formarán su juicio con la película, hubiera hecho falta el contrapeso. Es cierto que, de forma puntual aparece el padre Francisco, un sacerdote tetrapléjico como él, que intenta infundirle fuerzas para vivir. Pero su aparición resulta cómica y bastante torpe, haciendo un resumen epidérmico y muy simple de “la cultura de la vida”. Se echa de menos pues, un verdadero análisis, unas cuantas preguntas:

Algo de lo que no se plantea

  • -¿Es la muerte la solución al misterio del dolor?
  • -¿Puede el hombre ser verdaderamente libre eligiendo la muerte?
  • -¿La aceptación es pasividad?
  • -¿Puede uno ser feliz en cualquier circunstancia?
  • -¿Puede ser amado en esas condiciones?
  • -Y más difícil todavía, ¿puede un enfermo amar?
  • -Y, por encima de todas estas cuestiones más o menos morales, ¿a que camino nos conduce la eutanasia?
  • -¿Cómo se vive en los países donde está legalizada?
  • -¿Dónde está el grado de dignidad o indignidad para que uno merezca morir?
  • -¿Quién lo decide?
  • -¿No corremos el riesgo de terminar matando al que no vale o al que, por su impedimento, nos complica la vida?…

        Pocas preguntas y demasiadas consignas hacen que se resquebraje el guión de Amenábar, que en muchos momentos, no decirlo sería injusto, es muy bueno.

Buena interpretación

        Capítulo aparte merece las interpretaciones magistrales de los actores, sobre todo la de Javier Bardem, cuya caracterización es casi perfecta. Otra interpretación que destaca sobre el resto es la de la desconocida Mabel Rivera, quien interpreta a Manuela, la cuñada de Ramón. Mabel dota a su personaje de una enorme naturalidad y credibilidad. Amenábar ha sabido sacar lo mejor de cada actor.

        Una película, en fin, tan desoladora, como desolador es su planteamiento, que se queda en análisis superficial, en el que el sentimentalismo y la compasión están por encima de la fuerza del hombre para vencer sus adversidades. La muerte nunca soluciona nada, es un camino sin retorno. Cuando la solución es la muerte hay algo que falla en nuestro sistema. La verdadera libertad, la clave de la felicidad, también en el dolor, está en aceptar incluso lo que no hemos escogido.

Un tema recurrente

        Alejandro Amenábar llevaba mucho tiempo con este proyecto en la cabeza. Tal vez porque su cine siempre ha tenido como tema recurrente la muerte. Tesis, Abre los ojos, Los otros, en todas ellas ha tratado el final de la vida de una u otra forma. Es esta obsesión la que le ha llevado a rodar la particular obsesión de Sampedro. Sin duda, un caso excepcional; un hombre con una personalidad apabullante, gran carisma y don de gentes, que contradictoriamente buscaba la muerte.

        Llegados hasta aquí, es inevitable la pregunta: “¿Se puede pues legislar para una generalidad desde la excepcionalidad?”. Dejando pasar un tiempo prudencial para asimilar la tragedia y ofreciendo los suficientes cuidados paliativos, además de las necesarias ayudas familiares, ¿habrá alguien más que Ramón Sampedro que opte por la muerte?