¿Sirve la anticoncepción para evitar el aborto?

Fernando Pascual, L.C.
 

         Hay personas que defienden el recurso a la anticoncepción como camino para disminuir el número de abortos. Normalmente se produce un aborto cuando un hijo no es querido. Entonces, piensan, ¿no sería mejor evitar que sean concebidos niños no deseados a través del uso de métodos anticonceptivos?

         Intentemos un camino de respuesta a esta pregunta. Lo primero que debemos tener claro es que, normalmente, no hay concepción sin que haya una relación sexual. Toda relación sexual completa entre un hombre y una mujer que conservan intacta su fertilidad puede dar origen a una nueva vida.

         Esta verdad biológica implica una llamada a la responsabilidad: la sexualidad no puede ser vista como un juego ni como algo que no tenga consecuencias importantes. El inicio de cada vida humana es una “consecuencia” que muestra la seriedad propia de las relaciones que se establecen entre un hombre y una mujer. Por lo mismo, se hace necesario un profundo respeto entre quienes están llamados a promover las mejores condiciones para esa posible nueva vida.

         Muchas parejas (jóvenes no casados, esposos casados con o sin hijos), sin embargo, rechazan o excluyen, en sus relaciones sexuales, el “peligro” de un hijo. Esta actitud muestra una visión equivocada, incompleta, no pocas veces egoísta, de la sexualidad.

         Recurrir a anticonceptivos agudiza el desprecio hacia la fecundidad y busca un modo de vivir las relaciones sexuales con la exclusión de posibles nuevas vidas. En otras palabras, todo anticonceptivo promueve una mentalidad antivida que prepara el camino al aborto.

         Por eso no tiene sentido decir: “mejor la anticoncepción que el aborto”. El aborto, como dijimos, implica eliminar un hijo que llega “fuera de programa”, al margen de los planes de ella, de él, de los dos o de otras personas que presionan para que se produzca el aborto (los padres, otros familiares, amigos, el jefe de trabajo, etc.). La mentalidad anticonceptiva, por su parte, refuerza aún más el deseo de exclusión de cualquier hijo que llegue de modo imprevisto y no deseado, lo cual prepara el camino para la terrible opción en favor del aborto.

         Un dato incontestable es que muchas técnicas anticonceptivas fallan, sea porque no son perfectas, sea porque son aplicadas erróneamente. Esto último es más frecuente de lo que podamos imaginar, pues la vida íntima de una pareja depende mucho de sentimientos y emociones que pueden llevar a errores o despistes en el recurso a técnicas anticonceptivas, a veces muy exigentes si quieren ser aplicadas de modo eficaz.

         De aquí viene el hecho de que muchos abortos se producen precisamente como “complemento” a la anticoncepción: cuando ésta ha fallado se recurre con más facilidad al aborto, precisamente porque la mujer (o su compañero) había excluido la posibilidad de un hijo no deseado.

         Este es un primer motivo que muestra hasta qué punto la mentalidad anticonceptiva promueve la mentalidad abortiva. Resulta totalmente fuera de sitio pensar que vendiendo o regalando más píldoras, más condones o más espirales se van a eliminar los millones de abortos que se producen cada año.

         Pero se da un segundo aspecto, mucho más sutil, que muestra la profunda relación entre anticoncepción y aborto. Si lo que se desea es evitar un embarazo no deseado, varios métodos conocidos como anticonceptivos tienen una acción abortiva. En estos casos puede hablarse de “criptoaborto” (aborto oculto) a causa de algunos de los efectos que produce un determinado método “anticonceptivo” y que no son siempre conocidos por la mujer.

         Esto es evidente, por ejemplo, en la espiral. Es cierto que las espirales más modernas, dotadas de unos filamentos de cobre y, a veces, permeadas de otras sustancias químicas, impiden u obstaculizan el avance de los espermatozoides. Pero también la espiral actúa sobre el endometrio y lo altera. En el caso de que se inicie una concepción, el embrión que llegue al útero no podrá anidar: morirá y será expulsado del seno materno. De este modo, una vida humana que iniciaba su camino será suprimida, incluso sin que su madre pueda ser consciente de lo que ha ocurrido dentro de su cuerpo. Lo mismo puede decirse de otros anticonceptivos de aplicación dérmica, como algunas varillas o los nuevos parches anticonceptivos.

         Por lo mismo, la anticoncepción no puede ser un camino adecuado para disminuir el número de abortos. El camino más correcto será la promoción de una cultura de la responsabilidad y de la apertura a la vida y a las riquezas de cada hombre y mujer, riquezas que incluyen la fecundidad de cada uno. Una cultura en la que el acto sexual pleno no pueda ser visto sólo como una opción de placer o de afecto desligada completamente de su dimensión fecunda, de su apertura a la vida. No sin motivo la Iglesia nos enseña que el lugar correcto para ese acto es el matrimonio, compromiso de donación total entre los esposos que se abren a una posible vida humana en cada una de las expresiones más íntimas de su amor conyugal.