El hombre ante el aborto del propio hijo
Fernando Pascual, L.C.
Autoridad y libertad en la educación de los hijos
Victoria Cardona

        En algunos debates se argumenta que el aborto es un asunto exclusivo de la mujer, y que por eso en la decisión de la madre no debería intervenir para nada el padre del hijo.

        Tal posición deja de lado dos puntos importantes, entre otros, que no pueden ser puestos entre paréntesis. En primer lugar, cada hijo tiene un padre y una madre que han dado origen a su existencia. En segundo lugar, muchas veces una mujer decide abortar precisamente por las precisiones que recibe del hombre-padre.

        Lo primero es una obviedad, pero parece ser olvidada en algunas discusiones. Ninguna mujer empieza a ser madre sin la intervención de un hombre, que empieza entonces a ser padre.

        Es cierto que desde el recurso a algunas técnicas de fecundación artificial hay mujeres que pueden quedar embarazadas a través del esperma obtenido gracias a un donador anónimo. Incluso en esos casos, el nuevo hijo tiene vida gracias a una madre, conocida, y a un padre anónimo, a veces con nombres y apellidos registrados en la clínica de fertilidad.

        En la mayoría de los casos, la mujer sabe quién es el padre. Si está casada, seguramente se trata de su esposo. En otras ocasiones, el padre es el propio novio u otra persona con la que la mujer mantiene lazos de afecto más o menos estables. Otros embarazos inician, tristemente, desde la venta del propio cuerpo en la prostitución, o como resultado de abusos físicos.

        Sea cual sea la situación que dio origen a un embarazo, éste ha sido posible gracias a un hombre. La responsabilidad del mismo no puede quedar olvidada ni relegada en lo que se refiere a la vida que acaba de iniciar. El padre tiene deberes hacia su hijo, aunque sólo fuera deberes morales; en muchos lugares, ojalá en todos, también tiene deberes económicos y jurídicos.

        Por lo mismo, pretender anular la figura paterna y plantear un tema tan triste como el del aborto como si el varón no tuviese nada que ver en el asunto, resulta sumamente arbitrario e injusto, no sólo respecto de la vida del hijo al que se quiere eliminar, sino respecto del padre y de sus deberes irrenunciables hacia ese nuevo ser humano.

        El segundo punto evoca una injusticia muchas veces olvidada en el tema del aborto: hay mujeres que abortan precisamente por la presión que ejerce sobre ellas el padre del hijo que vive en sus entrañas.

        Es triste reconocer que ese padre puede ser el propio esposo. Acusa a la esposa del embarazo, se enfada con ella, la amenaza de diversas maneras. Este tipo de acciones son una grave violencia y una doble injusticia: hacia la mujer a la que el esposo se comprometió un día a amar y a apoyar; y hacia el hijo, que es tanto de ella como de él.

        En muchos otros casos, el padre es simplemente un novio, un amigo, un conocido. Sus presiones surgen del deseo de evitar cualquier responsabilidad, del anhelo de escabullirse ante los deberes que ese hijo (que ya vive) le exigen.

        Sus presiones se ejercen de maneras más o menos sutiles. A veces, con cariño fingido, le dice a ella que es muy joven, o que no está preparada, o que ese embarazo le creará problemas. Muestra una compasión falsa hacia la madre, y olvida la compasión que también debería mostrar hacia su hijo. Sus palabras encierran un engaño absurdo, que nace del egoísmo hasta el punto de promover la muerte de su hijo y de provocar enormes daños morales y psicológicos en la madre cuando aborta como consecuencia de las presiones recibidas.

        Otras veces las presiones son mucho más agresivas. El hombre amenaza con romper toda relación, o con mentiras (por ejemplo, afirmando que el padre es otro), o con denunciarla ante los familiares de ella o ante sus jefes de trabajo. Ejerce un continuo chantaje psicológico, hasta acusarla, si ella desea tener al niño, de egoísmo, de perfidia, de deseos de llevar adelante el embarazo para sacarle dinero. La pobre mujer incluso a veces tiene que sufrir, si las familias se conocen, por las llamadas de los padres de él que la recriminan por estar destrozando la existencia de su “novio” , de no valorar los graves peligros para la vida del bebé, etc.

        Hay que reconocer que muchos hombres no actúan así. Desde un buen nivel de honestidad y de justicia, existen hombres que asumen su responsabilidad ante el inicio de la vida de sus hijos, que saben apoyar a las mujeres que empiezan a ser madres al mismo tiempo que ellos empiezan a ser padres, y que luego se comprometen de maneras más o menos concretas en el cuidado de sus hijos.

        Pero no podemos olvidar que muchos abortos son debidos, principalmente, a las presiones de padres que no son capaces de asumir sus responsabilidades y que presionan de mil maneras a las mujeres precisamente cuando ellas necesitan más apoyo espiritual y moral durante los meses de embarazo.

        El tema del aborto no es, ni será nunca, un asunto exclusivo de la mujer. Si tomamos conciencia del papel que el hombre-padre tiene en cada embarazo y promovemos una cultura que ayude a esos hombres a asumir sus responsabilidades, a apoyar a las mujeres-madres, a sostener económicamente y de otros modos adecuados a ellas y a sus hijos, habrá muchos menos abortos y tendremos una sociedad más solidaria y más justa.