Dudas sobre los embriones humanos
Fernando Pascual, L.C.
Autoridad y libertad en la educación de los hijos
Victoria Cardona

        ¿Qué es un embrión humano? Para responder hace falta dirigir antes la mirada hacia otra pregunta: ¿qué es un embrión?

        Entre los seres vivos, algunos se reproducen con un intercambio genético más o menos complejo. Con la ayuda de células especializadas y orientadas enteramente a la reproducción, llamadas gametos, esos seres vivos empiezan a existir cuando se fusionan adecuadamente dos gametos.

        Así inicia la vida de cada embrión: desde los gametos de sus padres. Ese embrión es una nueva existencia, orientada a desarrollarse poco a poco. Si no hay obstáculos ni tiene graves defectos genéticos, con el pasar del tiempo alcanzará una estructura orgánica que conocemos como edad adulta.

        Es obvio que no todos los embriones alcanzan tal nivel de desarrollo. Muchos mueren en el camino. Como también es obvio que también los adultos (en este caso, todos, más pronto o más tarde) llegan al momento de su muerte.

        ¿Qué es, entonces, un embrión? Es un individuo que inicia a existir. Es un ser vivo en sus primeras fases de desarrollo.

        Apliquemos esto al embrión humano. También éste se origina desde la unión de los gametos, de un óvulo y de un espermatozoide. Después de esa unión, inicia una serie de cambios profundos que lo llevan a un desarrollo vertiginoso.

        Si todo va bien, llegará al parto, a la lactancia, a la infancia... Su crecimiento durará años y años, hasta que un día sea reconocido como “adulto” ante la sociedad y ante la ley.

        ¿Qué es, entonces, un embrión humano? Es un individuo en sus primeras fases de desarrollo. Y si todo individuo humano tiene dignidad y merece respeto, también lo tiene cada embrión humano. Que es, además, un hijo: muy pequeño, ciertamente, pero orientado a recorrer diversas etapas hacia la propia maduración.

        Algunos, sin embargo, ponen en duda la dignidad de los embriones humanos. Los motivos pueden ser muchos, y los razonamientos más o menos complejos.

        Lo que se esconde detrás de esas dudas es el deseo de otorgar poder a los padres o a otros adultos (en clínicas de reproducción artificial o en laboratorios de investigación, por ejemplo) para disponer y usar de esos embriones con cierta libertad y sin problemas de conciencia.

        En realidad, el uso o la destrucción de un ser humano para el beneficio de otros es un acto sumamente injusto, por ir contra su dignidad. Eso vale tanto si ese ser humano es un adulto o si es un embrión, si es rico o si es pobre, si tiene títulos o si carece de documentos.

        El mundo moderno necesita abrir los ojos y ver a los embriones humanos como lo que son: hijos. Unos hijos, desde luego, muy pequeños y desprotegidos y, por lo mismo, necesitados de una mayor tutela.

        Sólo si llegamos a reconocer a los embriones humanos como lo que son, romperemos mentalidades que buscan su uso y destrucción, y promoveremos sociedades inclusivas, acogedoras y auténticamente comprometidas en la defensa de un derecho fundamental que debe ser garantizado a cualquier ser humano: el derecho a vivir.