Dudas acerca del carácter humano de los embriones
Fernando Pascual, L.C.
Autoridad y libertad en la educación de los hijos
Victoria Cardona

        Las bellotas, ¿son encinas?

        Fenómeno frecuente y cotidiano este de las discusiones. A veces no nos ponemos de acuerdo acerca de la cualidad deportiva de tal o cual futbolista, o sobre la situación política de nuestro país, o sobre la conveniencia o no de una huelga en nuestra fábrica. Discutimos y discutimos en el bar, antes de tomarnos una cerveza; en casa, para ver si compramos un televisor de esta o de otra marca; en la oficina, cuando tenemos que decidir si llevar adelante un trabajo en un sentido o en el opuesto; en el garaje, en el cine, en el avión... ¡y hasta en las vacaciones!

        Hace poco me tocó discutir sobre un argumento tan sencillo como este: una bellota, ¿es o no es encina? Mi interlocutor, transformado en oponente ocasional, me decía: la bellota no es encina, porque no es aún árbol. Yo contestaba: la bellota tiene las características genéticas completas (DNA, cromosomas...) de un individuo de la especie “encina”, y ningún botánico tendría la menor dificultad en afirmar que una bellota es un miembro de esta especie, aunque todavía deba desarrollar todas sus capacidades (raíz, tronco y hojas).

        El argumento es sencillo, pero no llegamos a ningún acuerdo en el primer encuentro. Gracias a Dios nuestra discusión era sólo teórica, y después de ella pudimos salir cada quien con nuestra propia idea sin que eso cambiase en casi nada nuestras vidas.

        Desde luego, si algún día las encinas estuviesen en peligro de extinción, y se tuviesen que emanar leyes que las protegiesen, es obvio que entonces sí sería urgente haber resuelto esta discusión sobre las bellotas, para que los políticos pudiesen decidir con eficacia. De lo contrario, sólo podrían aprobar una ley que protegiese a las encinas, pero nos dejarían en plena libertad para que cada quien haga lo que quiera con las bellotas (y así seguir dándolas como alimento a nuestros animales, o pisoteándolas por diversión en un día de paseo). Si, en cambio, resulta que la bellota de hoy es la encina de mañana... otras leyes cantarían.

        Curiosamente, parece que a la hora de hablar del hombre y de sus derechos, hay quienes tienen dudas acerca del carácter humano de los embriones (estén dentro del seno de sus madres, o en una probeta de laboratorio), y así justifican el que se pueda hacer con ellos todo tipo de experimentos, inclusive la acción homicida de abortar. No nos damos cuenta, con una mentalidad primitiva e ingenua, que el embrión de hoy es el adulto de mañana. Nuestra poca memoria nos hace olvidar que nosotros también fuimos embriones y que contamos con el cariño protector de nuestras madres.

        Los avances de la biología, que nos permiten descubrir que el DNA está completo desde el primer instante de la fecundación

        No han llegado a aplicaciones legales concretas, que protejan a los millones de pequeños hombres que mueren cada año en clínicas abortivas y en casas particulares. Ciertamente, no hay peligro de extinción del género humano (¿o tal vez sí?). Pero el hombre, a diferencia de las encinas, es un ser de una dignidad infinita, que debe ser respetado por encima del número mayor o menor de personas que vivan en un rascacielos o en una choza. Negar esta dignidad antes del nacimiento es deslizarse por el tobogán que nos llevará a negarla también después. Y quien concluya esto, podrá decir un día: en nuestra ciudad sobran varios miles de “individuos”, hay que eliminarlos. Quiera Dios que no nos toque entrar en el número de los sobrantes...

        Yo, mientras tanto, voy a intentar convencer a mi discutidor amigo de que las bellotas sí son encinas... Quizá así, algún día, él evite pisar con desdén las que encuentre junto al camino, para que cada una pueda hacer que surja un hermoso árbol. Será, seguramente, una robusta encina, que llenará de alegría a los jilgueros del mañana y a los niños que correrán tras un conejo y gozarán un rato de descanso a la sombra de sus ramas, mientras caerán sencillas, sobre su cabeza, nuevas bellotas, señal de la fidelidad de Dios que no deja sin cuidado a las más sencillas de sus creaturas.