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Aquella
mañana, Beryl Otieno Ngoje, enfermera de origen keniata en la
Unidad Quirúrgica de Día de la Universidad de Medicina
y Odontología de Nueva Jersey (UMDNJ), en Newark, trabajaba en
labores administrativas cuando se le acercó su supervisora, muy
excitada.
¡No te lo vas a creer! Lo tengo en la mano le dijo. ¿Qué tienes en la mano? contestó Beryl. ¿Quieres verlo? Sí dijo, intrigada. Pero se arrepintió al instante. En la palma de su compañera y superiora apareció un pequeño feto recién abortado. "Me sentí como si me hubiesen golpeado con algo en el rostro", recuerda Beryl. Empezó a llorar. Lo siento, no sabía que reaccionarías así balbuceó la otra, consternada. No tardaría en desatarse una tormenta aún mayor en torno a otros bebés como el que acababa de ver, muerto. Tres
mujeres que aman su trabajo "Es un trabajo noble", dice Fe: "Todo lo que haces por los pacientes les hace sentir mejor, y me satisface ayudar a los demás". "No llegan aquí alegres y felices; llegan enfermos y heridos", añade Beryl: "Quieren alguien que esté ahí, y yo puedo aportar la diferencia, puedo ayudarles aunque sea un poco, y encuentro eso muy gratificante". La unidad en la que trabajan ahora atiende casos de cirugía programada, como una operación de hernia, de cataratas... o, en ocasiones, un aborto. "En
muchas ocasiones, vuelven" "Es como un anticonceptivo", añade Fe: "A algunas las ves aquí cinco o seis veces. Siempre les digo: ´Rezo por ti, y espero que sea la última vez que te veo sometiéndote a esto´. Noto en su cara que se sienten culpables, noto la culpa en su corazón. Muchas dicen: ´Sí, es la última vez´. Pero vuelven". Los
peores recuerdos de Fe Poco después, Fe y su marido se vieron en la sala de un abortorio rodeados de adolescentes que iban a lo mismo. "Sólo nosotros llorábamos", recuerda. Poco antes de que llegase su turno, Fe llamó por teléfono a su ginecóloga para asegurarse de que no había opciones, y la ginecóloga fue terminante. Fe abortó. "Durante mucho tiempo fui incapaz de dormir", dice: "Tardé años en aceptar que lo hecho, hecho estaba. Pedí perdón. El Señor conoce mi corazón, sabe que yo no quería que sucediese". Luego ha tenido tres niños más, pero no ha olvidado al que perdió, y por eso, cuando ve a las adolescentes llegar a su hospital para abortar, sabe "cuánto se complicarán sus vidas y cómo lo que van a hacer les perseguirá no imaginan cuánto". La
nueva supervisora La mujer reunió a sus compañeras, ahora subordinadas con capacidad para despedirlas y les anunció que si ella practicaba abortos, no había razón para que otras no lo hiciesen. Trasladó esa petición a la dirección del hospital, y el hospital le dio la razón y convirtió esa norma en política del centro, diseñando un programa de formación abortiva para las enfermeras. "Mientras trabajéis aquí, tendréis que hacerlo. Y si no, seréis despedidas o trasladadas", advirtió la supervisora a las doce enfermeras que protestaron. La gerencia del hospital la apoyaba, y aunque transigió en eximirlas de participar en abortos "salvo en casos de emergencia", definió la emergencia como el simple sangrado. "Supe que perderíamos nuestro trabajo", dice Lorna, quien recuerda una ocasión en que un paciente les había pedido una cuña, y cuando se la llevaron encontraron dentro un minúsculo niño abortado. Horrorizada, acudió a la supervisora, quien se desentendió del asunto. Lorna protestó a la subdirectora de enfermeras, pero ésta la amenazó con el despido. Así que sabían lo que les esperaba. "Nuestro empleo pendía de un hilo", dice Beryl, "pero no pensábamos ir contra lo que creíamos que Dios quería que hiciésemos. No vinimos a esta profesión para practicar abortos. Les dijimos que no íbamos a hacerlo, y que si eso significaba perder nuestros trabajos... Dios proveería". Acudieron a su sindicato, que se negó a ayudarlas. Pasaron una carta de protesta a la firma entre las enfermeras, y se sumaron tres: ya eran quince. Se la dieron a la supervisora, y ésta al director de enfermería. Rápidamente se convocó una reunión para el día siguiente entre cada una de las firmantes, el equipo de partos, un representante sindical, la dirección y un "experto en ética". Se
hace la luz Demetrios habló con Fe y la convenció de que no debían darlo todo por perdido, porque les asistía su derecho a la objeción de conciencia. Es más, se ofreció a participar en la reunión del día siguiente como representante de todas ellas. "¿Es una trampa?", le preguntó Fe, desconfiada. Pero no era una trampa. A la mañana siguiente ella presentó a Demetrios y Matt a las demás. Doce aceptaron que hablaran en su nombre, tres prefirieron defenderse a sí mismas. "Fueron como enviados de Dios", dice Beryl, "nos dispararon la moral". Cuando llegó el momento de la reunión, el gerente se encontró con que no tenía enfrente sólo un grupo de mujeres valientes dispuestas a perder su trabajo, sino dos abogados con colmillo retorcido dispuestos a que lo conservaran. El staff directivo del hospital tuvo un aparte que duró unos minutos, pasados los cuales salió la supervisora para decirles que la reunión se cancelaba. Victoria
total, ambiente gélido Durante las semanas siguientes, el ambiente que sufrieron en el hospital tras su victoria estuvo muy enrarecido. "Era espantoso", dice Beryl: "Rezamos mucho. Veníamos a trabajar y al salir del ascensor sólo pedíamos a Dios que todo fuese bien durante el día. Era muy desagradable". Las doce se apoyaron mucho mutuamente, y les daba fuerzas una idea: "Dios es más fuerte que esto". El hospital volvió a la carga. Amenazó con contratar enfermeras dispuestas a practicar abortos. Como entonces sobraría trabajo... podría despedir a las doce resistentes alegando reestructuración laboral y sin que pudiesen alegar que se les forzaba a actuar contra su conciencia. Al final, la resolución fue judicial, y el juez les dio la razón a las doce heroínas de Newark, que consiguieron todo lo que habían pedido, incluso no participar en el cursillo de formación abortiva. "Lloré al saberlo, estaba muy agradecida", afirma Lorna. Como Fe, quien dice que antes pensaba que las oraciones no eran escuchadas: "Pero Dios actuó poniendo en nuestro camino a las personas que podían ayudarnos". Y Beryl concluye resumiendo el espíritu que las animó: "Si vas contra aquello que crees, ¿en qué te conviertes? ¿Qué te queda?". | |||||
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