"Obseso"
Ayer, a propósito de “la ministra y el bebé”, un comentarista del blog no muy amable me llamó “obseso” por hablar con tanta frecuencia del aborto.
Enrique Monasterio
Rompiendo el silencio: testimonios de mujeres que sufrieron un aborto provocado
Esperanza Puente

 

Es hoy lo más importante

        “Ya está bien —escribía—. Ha quedado claro que no os gusta lo que hacen millones de mujeres en España (sic). ¿Pero es que no hay asuntos más importantes? Tienes que hacértelo mirar, padre Enrique. Eres un obseso.”

        Rechacé el comentario por una cuestión de estilo: no me gustan los insultos, y la palabra “obseso” podría considerarse como tal. Esta mañana, sin embargo, he ido al diccionario de la Real Academia y he comprobado que “obsesión” tiene también un significado neutro y aceptable: “Idea que con tenaz persistencia asalta la mente”.

        Debo pedir perdón, por tanto, a mi comentarista. Tiene razón: en este sentido, sí que soy un obseso. Desde luego no participo de algunas pesadillas políticamente correctas que proliferan por ahí. Quiero decir que no me hace perder el sueño el cambio climático ni la gripe A, por citar sólo dos de las paranoias más frecuentes; pero sí me angustia el desprecio creciente a la vida humana, que es, en mi opinión, el síntoma más terrible de la decadencia moral y de la decrepitud de nuestra civilización.

        Me obsesiona tanto que ni siquiera soy capaz de bromear con este asunto. Yo, que me río del lucero del alba todos los días, no dejo de rezar —y hasta de “llorar”— cada mañana en la Santa Misa por los niños muertos, por las mujeres manipuladas, por los médicos que asesinan y por los políticos que no se atreven a ser simplemente humanos: tan humanos, por los menos, como ese muñeco de plástico al que ni siquiera pueden mirar.

        Me pregunta mi amigo si “no hay asuntos más importantes”. No, no los hay.

Y, al día siguiente, continúa:

A propósito de lo mismo

A Juan Pablo II también le llamaron obseso

        No recordaba yo este texto, pero me lo enseñó un buen amigo como comentario a mi entrada de ayer. Copio unos párrafos de "Cruzando el umbral de la esperanza"(*), el libro que escribió Juan Pablo II contestando a un largo cuestionario de preguntas de Vittorio Messori. Una de las preguntas se refiere directamente al aborto y dice así:

        "Entre los derechos «incómodos» a los que se refiere, está, en primerísimo plano, el derecho a la vida; está el deber de su defensa desde la concepción. También éste es un tema siempre recurrente –y de tonos dramáticos– en Su magisterio. Esta continua denuncia de cualquier legalización del aborto ha sido definida incluso como «obsesiva» por ciertos sectores político-culturales. Son los mismos que sostienen que las «razones humanitarias» están de su parte; de la parte que ha llevado a los Parlamentos a dictar medidas permisivas sobre la interrupción del embarazo".

Su conocida existencia

        El Santo Padre responde con extensión y profundidad a la pregunta. Y, al final, se refiere a su "obsesión" con estas palabras:

        "Nos encontramos aquí en un punto, por así decir, neurálgico, sea visto tanto desde los derechos del hombre, como desde el derecho de la moral y de la pastoral. Todos estos aspectos están estrechamente unidos entre sí. Los he encontrado siempre juntos también en mi vida y en mi ministerio de sacerdote, de obispo diocesano, y luego como sucesor de Pedro, con el ámbito de responsabilidad consiguiente.

        Por eso, debo repetir que rechazo categóricamente toda acusación o sospecha de una presunta «obsesión» del Papa en este campo. Se trata de un problema de gran envergadura, en el que todos debemos demostrar la máxima responsabilidad y vigilancia. No podemos permitirnos formas de permisivismo, que llevarían directamente al conculcamiento de los derechos del hombre, y también a la aniquilación de los valores fundamentales, no solamente de la vida de las personas singulares y de la familias, sino de la misma sociedad. ¿No es acaso una triste verdad eso a lo que se alude con la fuerte expresión de civilización de la muerte?"

(*) Edit. Plaza & Janés, 1995, pág. 201 y 204