T. S. Eliot

Card. R. Mª. Carles
El aborto hace 19 siglos
Card. Ricard Mª. Carles
La Razón
El Padre Elías
Michael O’brien

 

Aquéllos pudieron

        Miles de cristianos murieron mártires en los dos primeros siglos de la Iglesia porque se negaron a realizar el leve gesto de echar unos granos de incienso ante la estatua del emperador, que era considerado como un dios. Ahora lo que se pide a algunos es que pongan en la mano de una adolescente una píldora, que eliminará la vida que se inicia en su seno. Hay sanitarios o farmacéuticos que serán criticados –¿o algo más?– porque se niegan a realizar ese gesto. Y cuantos se opongan a ese crimen organizado serán tachados de retrógrados.

        Los que hagan objeción de conciencia estarán continuando algo que diferencia a los cristianos de los que no lo son. En efecto, muy al inicio de la Iglesia, se escribe la celebérrima Carta a Diogneto, en la que el autor explica en qué se distinguen los cristianos de quienes no lo son. De los muchos datos que da de los cristianos, bástenos hoy éste: «Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben».

        Es un argumento más que demuestra lo poco progresistas que son determinados responsables de nuestra sociedad, que presentan como tales acciones dañinas que se remontan a diecinueve siglos atrás, y califican de reaccionarios a quienes las rechazan. Ello no nos ofende, porque efectivamente reaccionamos contra esa cultura de la muerte que se quiere imponer a la sociedad.

Lo veía venir

        El siglo pasado, el Nobel de Literatura T. S. Eliot, tras su conversión y al comprobar lo que estaba sucediendo en su país, Inglaterra, escribió: «El mundo está intentando el experimento de tratar de formar una mentalidad civilizada, pero no cristiana. El experimento fracasará, pero debemos ser muy pacientes, esperando ese fracaso. Mientras tanto, redimamos el tiempo de manera que la fe pueda preservarse viva, a través de los oscuros tiempos que nos esperan: renovar y reconstruir una civilización y salvar al mundo del suicidio». He recordado esta frase al hilo de la aprobación de la nueva ley del aborto y de la decisión del Gobierno de que la píldora abortiva se pueda vender sin receta.

        Pero también me han hecho pensar en ella las palabras de un fiscal del Tribunal Supremo que advierte que cada día se están creando 500 páginas nuevas de pornografía infantil. El experimento del «mundo sin Dios» hace aguas por todos los sitios y la economía no es más que uno de los aspectos visibles de la crisis.

Razones y consecuencias

        Si, a pesar de que todo el mundo sabe que la pornografía infantil es un delito muy perseguido, se crean 500 páginas nuevas diariamente, eso significa que hay una enorme cantidad de consumidores de ese «producto» que lo necesitan tanto que se atreven a correr el riesgo de ser descubiertos y castigados. ¿Y por qué sucede eso? Porque el ambiente moral que se respira es de permisivismo absoluto y Gobiernos como el nuestro están decididos a promoverlo a toda costa. Ese permisivismo genera no sólo embarazos no deseados –y, por lo tanto, abortos– sino también violaciones, pedofilia y todo tipo de abusos.

        Eliot decía que el experimento iba a fracasar. Ya ha fracasado, aunque muchos sigan sin darse cuenta. Hasta que todos lo vean, seguirán produciéndose leyes permisivas que promuevan el suicidio colectivo.

        Y, mientras tanto, debemos buscar un refugio en el que salvemos nuestra fe y la de los nuestros.