![]() ![]() |
|
Consecuencias Distintas de decisiones distintas |
Los
embarazos de mis dos primeros hijos fueron normales. Con el tercero,
Juan, todo iba bien hasta la segunda ecografía, en la que le
detectaron problemas, que se confirmaron con la prueba triple Screening.
Juan tenía una altísima probabilidad de padecer el síndrome
de Edwards o Trisomía 18. A partir de ese momento, experimenté
cómo se me invitaba a lanzarme al abismo. Mientras veía
en la ecografía a mi hijo, el ginecólogo me informaba
que tenía que hacerme rápidamente la amniocentesis para
tomar la decisión de interrumpir con seguridad. Yo iba tan ilusionada
a ver a mi hijo y de repente era tratado como algo peligroso, como un
grano que arrancar antes de que siguiera creciendo y fuera peor. Demasiadas
veces tuve que oír: «Si todavía estás a tiempo
para interrumpir, ¿por qué sigues adelante?»
¿Dueña de mi hijo? Traté de oír en lo más profundo de mi interior y encontré mi respuesta: yo no era dueña de la vida de mi hijo. ¿Quién era yo para decidir cuánto tenía que vivir él? ¿Tenía yo la responsabilidad de ser dueña de los minutos de su vida? Si alguno de mis otros hijos tuviera un accidente grave y me dijeran que le quedaba un año de vida, ¿qué hubiera hecho: interrumpir su vida, o hacer lo posible por hacerle lo más feliz ese año? Decidí respetar su vida, y a partir de aquel momento comenzó la aceptación incondicional de mi hijo, viniera como viniera, hasta abrazarlo con todo mi ser, mi mente y mi cuerpo. Cuando acudí a la clínica para el triple screening, la enfermera, que no sabía nada, me dio la enhorabuena por mi embarazo y no pude evitar deshacerme en lágrimas. Le expliqué qué me pasaba y ella, muy emocionada, me contó que, 13 años atrás, le había pasado lo mismo, y optó por el aborto. Me contó que, desde entonces, tomaba una severa medicación dentro del tratamiento psiquiátrico que recibía, y que no había día que no le vinieran pensamientos atormentadores. Mi situación me permitió conocer a otras mujeres que vieron rotas sus vidas, porque en un momento dado, ante la indiferencia y la complicidad del mundo, la ola de la soledad las golpeó, empujándolas hacia una única opción. Si no es siempre así es por la presencia de personas e instituciones, como la Fundación Madrina, que se desviven por acompañarlas y les ofrecen alternativas para tener a sus bebés. Al dar a luz, contemplé, durante la media hora que vivió, cómo Juan era un niño precioso. Tuve la inmensa suerte de abrazar su cuerpo y despedirme de él. Fue una pérdida sosegada. Gracias a mi decisión, tuve siete meses de embarazo para disfrutar y despedirme de mi hijo. ¡Qué horrible tiene que ser perder a un hijo de forma repentina, sin poder decirle un te quiero, un adiós! El nacimiento de mi hijo está anotado en el Registro Civil. Por no haber vivido 24 horas tras nacer, como indica la ley actual, mi hijo es como si no hubiera existido y aparece como «feto de María de Bonilla». Juan y yo nos abrazamos fuertemente a la vida, y en el momento de la despedida, le di las gracias por haberlo conocido y le pude susurrar un "Hasta luego". | |||||
Recibir NOVEDADES FLUVIUM |