¡A por los débiles!
Alejandro Llano
Los mitos actuales al descubierto
Javier Barraycoa

 

 

 

Un poder sin compasión con los débiles

        Enfermos terminales, subsaharianos en cayucos, niños no nacidos, ancianos deprimidos, muertos de la Guerra Civil, menores desprotegidos, emigrantes temporales… Estas categorías tienen algo en común: están formadas por quienes no se pueden defender. Reúnen lo que un antropólogo cultural llamaría rasgos de selección victimaria. Son candidatos a sufrir el destino del chivo expiatorio. Si vienen mal dadas, el político totalitario los considerará como víctimas en las que descargar las acusaciones a él dirigidas; presentará a los inocentes como culpables o, por lo menos, como objetos que soportarán las consecuencias de unas medidas presuntamente igualitarias y niveladoras.

        Ésta es una de las claves para entender lo que está sucediendo en España. Un Gobierno que se preciaba de la buena marcha económica del país se encuentra ante una situación de crisis económica que está siendo objeto de comentarios desfavorables en los países de nuestro entorno. Pensaban que todo se podría arreglar con prebendas y subsidios. Pero si lo que escasea es precisamente el dinero, no tienen ni idea de qué hacer, ya que carecen de recursos intelectuales y éticos.

        Desvían entonces la atención hacia objetivos polémicos que pueden presentarse como logros progresistas pero que, en definitiva, contribuyen a aumentar el dominio de los fuertes sobre los débiles.

        Así, sus agresiones quedan impunes y se ganan el favor de grupos poderosos en el ámbito económico y comunicativo.

        Después de haber implantado el divorcio exprés y el matrimonio entre homosexuales, se pretende dar otra vuelta de tuerca y pasar directamente a la eliminación de vidas indefensas. Estamos ante la perspectiva del aborto libre y del suicidio asistido, que vienen a ser homicidios legalizados. Como ya no les interesan y constituyen una carga, los emigrantes dejan de ser objeto de una retórica paternalista y se intenta suprimir su contratación en origen. Aunque se siga alardeando de políticas sociales, quienes soportarán lo peor de la crisis son los desfavorecidos, que pagan los platos rotos por una elite económica insolidaria y prepotente.

        El efecto rebote, el rebufo de las medidas que contribuyen a desestabilizar y disolver la familia, se registra sobre todo en los niños.

Los que pagan los platos cortos

        Recientes estudios sociológicos demuestran que entre los menores españoles se registra un porcentaje de pobreza notablemente más alto que en otras sociedades similares a la nuestra. Son los hijos de familias monoparentales y lo serán los adoptados por parejas homosexuales. Un Gobierno compuesto por figuras decorativas hace de aprendiz de brujo. Su irresponsabilidad les lleva a aplicar reglamentaciones no experimentadas en ningún otro país, cuyos resultados negativos para los débiles son previsibles. No es airoso el papel de quienes ensayan su progresismo a base de dejar inermes a los peor situados socialmente.

        Recientes datos de la OCDE confirman lo que todo observador atento de la vida española sabe desde hace años: que la educación hace agua en todos los niveles. Como dice Daniel Pennac, la esencia de la enseñanza es el conocimiento, que no se puede adquirir sin esfuerzo y sin exigencia. Pero aquí se ha creído a pies juntillas en las utopías de la pedagogía lúdica, y lo que resulta es un discurso mediático-infantil. El saber mismo parece que no interesa a casi nadie. Quien lo paga caro es el aprendiz abandonado a su suerte.

        Estoy convencido de que hay unos límites irrebasables en el deterioro social y ético. Nos estamos aproximando a ellos. Antes de llegar al extremo, se activará una potente respuesta civil que diga inequívocamente: ¡hasta aquí hemos llegado! La solución no puede venir del Gobierno, que constituye más bien la raíz del problema.

        Tampoco cabe esperarlo de una oposición vacilante y temerosa, incapaz de definirse acerca de los valores humanistas que decían defender. La clase política española se da al despiste. Ellos van a lo suyo, que son los juegos de poder. Vayamos los ciudadanos a lo nuestro, que es la responsabilidad social y la solidaridad con los más débiles.