Un pedazo de mi alma
Antes de que nacieras, jamás pensé que existiera una clase de amor que arraigara con tanta fuerza.
Esther Castells
Excelencia Literaria
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Suzanne Venker

 

 

Entre la felicidad, la fe y el pavor

        Acabo de bajar de la habitación. En cuanto el ascensor se ha detenido en el sexto piso, la UCI infantil, mi corazón me ha dado un vuelco. Con paso apretado pero a la vez lento, debido al dolor, he avanzado hasta el lugar en el que te tienen vigilada. Al entrar en la habitación, las enfermeras me han recibido con cálidas sonrisas. De entre todas las incubadoras, iluminadas por los amplios ventanales del hospital, me he acercado a la tuya.

        Una enfermera me ha ofrecido una silla desde la que he tratado de acortar todo lo posible la distancia entre las dos, hasta que sólo nos separaba el plástico transparente de tu incubadora, ese pequeño invento que necesitas para sobrevivir.

        Mientras te observo, mi asombro crece y los pensamientos se me arremolinan en la cabeza. ¿De dónde saca una criatura diminuta tanta fuerza? Tu pequeño cuerpecito, insertado de goteros y monitores, hace gala de una resistencia pasmosa. Has superado un montón de problemas que otros bebés como tú no han podido siquiera afrontar. Pero llevas dos semanas saltando barreras contra todo pronóstico.

        Eres una luchadora. Verte ahí, tumbada con los párpados cerrados, me llena de alegría y, al mismo tiempo, de temor. ¿Qué ocurrirá si no vences las próximas batallas? Porque no cabe duda de que las libras una a una. Cuando intento hallar una respuesta a este futurible, mi mente no la encuentra, como cuando me planteo por qué llegaste antes de hora, si saldrás adelante o, aún peor, si tu dolor es por mi culpa. No puedo evitar echarme encima esta responsabilidad por más que, pese a no estar madura para salir al mundo, creo que había llegado tu momento. Eso es lo que me asombra y me enorgullezco de tu fortaleza, traspasado por cables y separada del mundo por un cristal.

No lo podía sospechar

        Al introducir las manos por las aberturas de la máquina, tus diminutos dedos aferran mi meñique con fuerza. Ese pequeño gesto me hace creer que existe Dios, que nos ve y me escucha. Le rezo todos los días, confiando que atienda mis súplicas: que salgas adelante, que sobrevivas.

        Puede que no me oigas ni me entiendas, pero yo te hablo igualmente: lucha, hija mía, lucha por vivir. Lucha por ti y por mí, porque no sabría vivir sin ti. Antes de que nacieras, jamás pensé que existiera una clase de amor que arraigara con tanta fuerza. Pese a que quiero mucho a tu padre, lo que siento por ti va más allá de la razón. Daría mi vida a cambio de la tuya si con ello cambiaran las tornas y estuvieras a salvo. Pero al mismo tiempo quiero vivir para poder estar contigo, ver cómo careces y forjas su propio camino.

        De pronto, en algún rincón de mi corazón oigo la respuesta: "sobrevivirá". Y sé que esa convicción es real. Tal vez Dios me haya escuchado.

        Mientras la cadencia monótona de los monitores suena insistente, sonrió y llorocontemplando el milagro que puede crear el amor humano. Te contempló a ti, pedazo de mi alma.