Exterminio
Ignacio Uría
Profesor Asociado de la
Universidad de Navarra
El amor y otras idioteces
José Pedro Manglano

 

Con la mentira por delante

        La mayor matanza humana de la Historia se produce cada día delante de nuestros ojos. Las víctimas son inocentes que nunca llegarán a nacer: niños no queridos que morirán en el útero de sus madres. Aspirados con un tubo, triturados con unas pinzas, abrasados con sal.

        Con silencio clínico y respaldo legal, los carniceros se pondrán manos a la obra para perforarles el cerebro o arrancarles del seno materno por los pies, extremidad que a los 3 meses de embarazo se identifica sin lugar a dudas. También hoy sucederá, también ahora mismo alguien estará abortando en España gracias a los servicios de carniceros sin escrúpulos que se hacen llamar médicos. No lo son. Jamás lo han sido. Son simples matarifes insensibles al dolor que deberían curar, sordos al grito silencioso de miles de niños exterminados sin remedio.

        Los "médicos" abortistas son diligentes como los verdugos de Auschwitz, impasibles como los torturadores argentinos, aplicados como guardianes del gulag. Son, llamemos a las cosas por su nombre, sicarios vestidos de blanco, mercaderes de la sangre, bestias sin control. Son depredadores capaces de clavar un estilete en el corazón de un niño de 5 meses y dormir a pierna suelta. Simples asesinos.

        Pero no son idiotas, eso ha quedado demostrado en los infames 22 años que llevamos con la Ley del Aborto a cuestas. Por eso se engaña a la opinión pública con medias verdades, manipulando la tragedia de los embarazos adolescentes, mintiendo sobre las secuelas psíquicas que causa en la madre un aborto.

Cuando aflora la verdad

        Sin embargo, al final todo lo oculto sale a la luz. También el hedor inmundo de las clínicas abortistas, que ha terminado por emerger. En Barcelona, en Madrid y allá en donde se investigue con rigor. Las crónicas periodísticas son espeluznantes y, lejos de disminuir, su horror se incrementa con cada detención, con cada informe falsificado, con cada trituradora sellada.

        Los ejecutores y su entorno (político y mediático) dicen que los embriones son seres humanos potenciales, grupos informes de células, amasijos de tejidos. Mienten y lo saben, pero les importa más enriquecerse que ayudar a las gestantes. Se niegan a admitir que hay alternativas y, lo que es peor, se oponen a la creación de redes públicas de apoyo a las madres embarazadas.

Ahora hacen de víctima

        Mientras tanto, el 97% de los abortos se realiza en clínicas privadas. Clínicas que funcionan con el mínimo control posible pese a las denuncias de colectivos pro-vida. Es decir, tenemos una ley que, de modo sistemático, beneficia los intereses particulares de empresas dedicadas a acabar limpiamente con niños no nacidos.

        Ahora que la realidad supera de nuevo a la ficción, se habla de "caza de brujas", de acoso a las clínicas, de ofensiva conservadora. No deje que le engañen. Lo que hoy se reclama es el cumplimiento de la ley. Al menos eso, aunque sea una miseria moral. Al menos que no haya informes mentales hechos en serie por médicos que ni siquiera han visto a las pacientes. O abortos practicados a niños de ocho meses que eran arrojados a los contenedores de basura.

        La defensa de la vida –de todas las vidas– no es de derechas ni de izquierdas, de creyentes o de ateos: es de elemental dignidad humana. Lo contrario, aunque intenten disfrazarlo con discursos y propaganda, tiene otro nombre: exterminio.