Michael Laudrup

Los que pudieron morir
Ignacio Uría
Profesor Asociado de la
Universidad de Navarra
El amor y otras idioteces
José Pedro Manglano

 

 

 

¡Lo que habíamos perdido!

        En 1963, una adolescente danesa llamada Lone Skovdahl se quedó embarazada con 16 años. Su novio, Finn, tenía la misma edad y apenas llevaban unas semanas juntos. De modo que la noticia fue un cataclismo en casa de los Skovdahl.

        Tras la conmoción inicial, llegaron los gritos y los llantos. La discusión se desbocó de tal modo que la madre de Lone, aterrada con el embarazo, le dijo que tenía que abortar. Esa era la única solución posible. O abortar o hipotecar su vida con un niño no deseado.

        Pero Lone sí quería al bebé que crecía en su interior, así que se negó a abortar, decisión que contó con el respaldo de su padre. Meses más tarde nació Michael, de apellido Laudrup. Con el paso del tiempo, Michael Laudrup se convirtió en el mejor futbolista danés de todos los tiempos, un jugador adorado en Italia, España y Holanda, uno de los más grandes de la Historia.

        En 1755, Ana María Pertl supo que estaba embarazada por séptima vez. Esa noche la pasó llorando porque no sabía cómo decírselo a su marido, Leopold, un músico menor al servicio del arzobispo de Salzburgo. Vivian con lo justo y una nueva boca que alimentar sería la ruina.

        A la mañana siguiente Ana María se armó de valor y le dio la noticia a su esposo. Éste, al saberlo, le recordó con brutalidad que cinco de los seis hijos anteriores habían muerto a los pocos meses de nacer y le aconsejó no revivir ese trance: lo mejor era abortar. Ana María se negó y siguió adelante. En enero de 1756 dio a luz un varón, al que pusieron por nombre Wolfgang. Wolfgang Amadeus Mozart.

        En 1547 nació en Ratisbona un hijo ilegítimo bautizado como Jerónimo. Su madre, Bárbara Blomberg, era una de las amantes de Carlos V. Era el décimo y último hijo del emperador, el quinto nacido fuera del matrimonio con Isabel de Portugal.

        Meses antes del nacimiento, el entorno de la reina había conspirado para que ese bebé no naciera nunca y librar así a doña Isabel de la vergüenza de saber que el rey tenía un nuevo bastardo. Al enterarse el emperador de los planes homicidas, se negó a que su amante abortara y ordenó que, nada más nacer, el niño fuera educado en España como un infante.

Cuando la madre lo quiere

        Veinticuatro años más tarde, el 7 de octubre de 1571, se libró la batalla naval de Lepanto. La Liga Santa obtuvo victoria histórica contra los turcos y España se convirtió en la potencia militar más importante de Europa. Al mando de la flota estuvo Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos V y llamado Jerónimo de niño.

        Ahora que salen a la luz noticias terribles de abortos en clínicas que parecen mataderos, de niños no nacidos arrojados a trituradoras como si fueran basura, precisamente ahora, es el momento de reflexionar. Aunque sólo sea por un instante. Pensar en la tragedia de miles de jóvenes, solitarias o egoístas, que se enfrentan a una decisión enloquecedora: abortar o no, matar o no, dilema compartido con las madres de Juan de Austria, de Mozart, de Laudrup.

        Porque Bárbara Blomberg, Ana María Pertl o Lone Skovdahl son un ejemplo de lo que puede ocurrir cada vez que un niño nace. Se llame como se llame, sea hijo de un emperador o de un obrero. Porque, más allá de ser un héroe militar o un artista, cualquier vida humana –nacida o no nacida, sana o enferma, joven o vieja–, tiene dignidad en sí misma y debe ser respetada. Sólo así podrá ofrecer al resto del mundo su genio o, simplemente, su existencia.